Internacional

Venezuela bajo amenaza: “No es democracia lo que busca Estados Unidos, es petróleo”

Mientras la zona caribeña que circunda Venezuela está siendo militarizada y Estados Unidos endurece sanciones, cierres de espacio aéreo y presiones diplomáticas contra Venezuela, la historia parece repetirse con nuevos pretextos y viejos objetivos. Desde la isla Margarita, en el estado Nueva Esparta, Venezuela, Marcela Gutiérrez Rivero, militante de derechos humanos, comunicadora popular y colaboradora del medio Karne de Máquina, dialoga con La Bulla y ofrece una lectura crítica y situada sobre la escalada impulsada por Washington y el rol del gobierno de Donald Trump.

Marcela Gutiérrez Rivero nació en Salta, Argentina. Es hija del exilio, integrante del colectivo H.I.J.O.S., militante de derechos humanos y parte de la Asociación Coca Gallardo, que integra la Mesa de Derechos Humanos de Salta. Feminista y comunicadora popular, vive actualmente en Venezuela y observa el conflicto desde el territorio, lejos de los titulares de los grandes medios.

“Venezuela viene sufriendo sanciones económicas desde 1999. Hoy ya superan las 1.300. Estas sanciones son las nuevas formas de guerra: no necesitan bombardear, asfixian a los pueblos”, sostiene. Para Gutiérrez Rivero, el cierre del espacio aéreo decretado por Estados Unidos no es un gesto aislado: “Nos quedamos prácticamente sin vuelos internacionales. Esto no afecta solo al turismo, afecta la economía, la vida cotidiana, a la gente que vive acá. Nadie piensa en eso”.

El tablero colonial

La avanzada estadounidense busca colocar a la región como un espacio totalmente subordinado. Detrás del discurso de “restauración democrática” o “lucha contra el narcotráfico”, Trump actúa como árbitro del futuro regional, moldeando escenarios y decidiendo qué transiciones son aceptables. La lógica no es nueva, se imponen condiciones desde el Norte Global, sin medir los costos para América Latina.
“Estados Unidos quiere invadir Venezuela porque tiene las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, además de oro, coltán, diamantes y enormes reservas hídricas”, afirma Marcela. “Está a pocas horas de vuelo. Para ellos es un botín estratégico. Lo demás es relato”.

Las recientes filtraciones sobre contactos entre Trump y Maduro, los ejercicios navales en el Caribe y el endurecimiento de sanciones muestran que no se trata de reacciones improvisadas, sino de una estrategia de presión sostenida.

“La historia nos enseña que Estados Unidos nunca paga el precio de las crisis que provoca. Lo pagan los pueblos: con migraciones, violencia, economías destruidas”, advierte Gutiérrez Rivero.

Trump y el lenguaje del saqueo

Las declaraciones de Donald Trump han ido aún más lejos, recuperando un lenguaje abiertamente colonial. Al justificar un bloqueo marítimo total, el presidente estadounidense afirmó que Venezuela “robó” petróleo, tierras y activos a Estados Unidos y que deben ser “devueltos inmediatamente”.

“No pueden decir que los venezolanos no tienen alma, como en la colonia, entonces los declaran terroristas”, resume Marcela. “No hay pruebas de que Venezuela le haya robado nada a Estados Unidos. Lo que sí ocurrió fue el robo de CITGO, del oro, de cuentas bancarias venezolanas, con la complicidad de Guaidó”.

Trump, cuya popularidad interna ha caído y enfrenta múltiples conflictos en su gestión nacional, parece trasladar la tensión hacia el exterior. “Trump necesita enemigos externos. Le funciona la humillación, el chantaje, como en los negocios inmobiliarios. Pero acá no le está saliendo”, sostiene.

Vida cotidiana bajo amenaza

En el día a día, Venezuela vive una polarización profunda. “Este país está dividido en dos”, explica Marcela. “Hay un sector que cree que una invasión sería una ‘operación quirúrgica’ que sacaría a Maduro sin dañar al pueblo. Del otro lado está un pueblo organizado, con convicción, patriotismo y soberanía”.

Desde agosto, se intensificaron los entrenamientos militares y milicianos. “Son civiles, no militares profesionales. Se preparan para vigilar sus costas, sus territorios. Ojalá nunca ocurra una invasión, pero si ocurre, no va a ser sencillo para ningún ejército extranjero”.

La militarización del Caribe no es un juego de simulación. Una intervención directa o encubierta podría desatar un conflicto regional de gran escala, con desplazamientos masivos y la expansión de actores armados no estatales. Colombia, Brasil y otros países de la región quedarían arrastrados a una crisis que no eligieron.

La otra cara en EE.UU.: protestas y rechazo

Mientras Trump intensifica la retórica bélica, hace pocos días miles de ciudadanes estadounidenses salieron a las calles bajo el lema “¡Detengamos la guerra antes de que empiece!”. Organizaciones como ANSWER, CODEPINK y la Alianza Negra por la Paz denunciaron que el gobierno repite la lógica que llevó a las guerras de Irak y Vietnam. Según encuestas citadas por estas organizaciones, el 70 % de la población estadounidense se opone a una intervención militar contra Venezuela.

Estas manifestaciones que se repiten en EE.UU demuestra lo que remarca Gutiérrez Rivero sobre que “no son los pueblos los que quieren la guerra, sino las élites políticas y económicas”.

Antifascismo y solidaridad entre pueblos

“Hoy Venezuela es una lanza en la lucha antifascista mundial”, afirma Marcela. “Acá se debate cómo enfrentar estos gobiernos de odio, cómo evitar que el pueblo vea a su hermano como enemigo”.

Para ella, la clave no pasa por idealizar gobiernos, sino por defender principios básicos: autodeterminación, no injerencia y solidaridad. “Más allá de si acordamos o no con el gobierno venezolano, hay que estar del lado del pueblo. Estados Unidos no tiene ninguna autoridad moral: ha invadido decenas de países y no le importan los derechos humanos de nadie”.

Mientras Trump recibe un polémico “Premio de la Paz” de la FIFA en Washington y promete seguridad para el Mundial 2026, las detenciones contra migrantes continúan dentro de su propio país donde el clima social cada día está más caldeado.

“Lo que está en juego no es solo Venezuela. Es si América Latina vuelve a aceptar que un poder externo decida su destino”, concluye Gutiérrez Rivero. “Si algo aprendimos de la historia es que esa factura siempre la terminamos pagando nosotros”.

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