Otro Viento | Papeles de une escritore errante. Carta a Pedro Lemebel
Carta a Pedro Lemebel
Querida Pedro:
Compré tu libro, de segunda, en la terminal y ya me devoré la mitad cruzando los Andes.
¿Quiénes somos las trasandinas?
Pedro, no quise visitar tu tumba ni dejarle flores a tu madre o a tu padre, o a ti. Sólo me pinta decirte que el Mapocho es la única herida que queda en la ciudad que inevitablemente se volvió cosmopolita.
Santiago ya no tiene muchachos de la constru morenos por el sol. En su lugar, las grúas se calientan alzando los edificios, inútiles, para oficinistas. Mucho traje y corbata, mucha aspiración a clase alta.
Santiago hace rato perdió su flama revolucionaria. Y no creo que sea la última ciudad del sur que lo haga. Ya no late en sus calles ese «y va caer» para que nadie caiga nunca. Querida Pedro, a tus muchachos los desplazaron una horda de desplazadxs, refugiadxs, migrantes de todas partes; pero también ancianxs a lxs que no les alcanza la pensión, y que se tienen que quedar limpiando las letrinas del metro a luca, porque Piñera y la derecha no cayeron nunca.
La bandera del orgullo estampada en valijas carísimas que se venden en los shoppings acercaron ese Stonewall de fantasía capitalista al corazón mismo de las colas cómplices del saqueo minero.
Pedra, china hermosa, solo lxs púberes resisten a la embestida carabinera todos los días en el colegio. ¿Estarías tú viendo como están apostados esos monos verdes en los techos de las academias y liceos? ¿O cómo las hortelanas mapuches prefieren arrojar sus lechugas contra el escudo de las fuerzas de choque ante tanta indiferencia millenial que busca productos orgánicos para alimentar su buena conciencia starbucks?
Yegua, tus mariquitas lindas tampoco están seguras en esta época de libertad que solo aparece de vez en cuando en la boca de los políticos progre de todos los colores. Suicidadas, atormentadas, se arrojan a la vorágine del tránsito o se empastillan. O bien son molidas a golpes por las patotas organizadas desde los púlpitos clericales o evangélicos, o desde el despacho de cualquier miembro de cualquier poder ejecutivo.
Pero no todo es desolación, amora. Cada tanto alguna loca se acuerda que nosotrxs no ponemos la otra mejilla, sino el culo, y que esa seguirá siendo nuestra venganza.