Su bicicleta está hecha de aire tibio. Por eso, no recorre los senderos de tierra ni las calles de asfalto: las flota, justo a unos tres constantes centímetros de la superficie. Para poder apreciarlo hay que agacharse. Y esa no es una costumbre muy de grandes. Yo nunca lo vi, me lo contó un niño. Ellos son más propensos a transitar por los bajos suelos. Y también son más permeables a las sorpresas de la vida. Una bicicleta hecha de aire tibio y que flota a tres exactos centímetros del suelo definitivamente es una de las sorpresas de la vida. Cuando vean su bicicleta avanzar, cerciórense de dos cosas. Primero, que sea ella quien la conduce. Aunque la sentencia que más se ajusta a la realidad es esta otra: “que quien se deja conducir sea ella”. Segundo, dispongan especial atención a los niños que, como regados, se esparcen a ambos lados de sus recorridos. A las miradas desprevenidas les parecerá que hacen profunda reverencia cuando el velocípedo pasa. Los que, como yo, han sido teñidos por el rumor, confirmarán en los ojos grandes y las risas cómplices que los pequeños se miran a través del estrecho canal de aire que se forma entre la rueda girante y la estática calzada.
Su bicicleta es liviana con motivo. Tras de sí puede apreciarse una amplia canasta de mimbre. Un elefante pequeño cabría en ella, si los elefantes pequeños fueran gustosos viajeros de canastas de mimbres. Pero el ejemplo es sólo figurativo. La canasta no flota. Avanza parsimoniosamente amparada por dos delgadas ruedas de papel de diario retorcido. Los rayos, están hechos de largos sorbetes multicolores que van confluyendo alegremente para abrazarse en el centro, con todas sus manos, a una lustrosa caña de bambú. Como carpas de circos giran las ruedas. La canasta se muestra como una desproporcionada boca llena de dientes, que en realidad son libros. A veces la literatura muerde; otras lame, sabrosa y satisfecha, nuestros días enteros.
Su bicicleta es, también, una biblioteca itinerante. Biblioteca ambulancia. Biblioteca dispensario. Biblioteca misterio. Biblioteca ensueño. Ella reparte cuentos y poemas; historias y relatos, ella reparte. A los que piden y a los que no se animan.
Desde que el sol besa tiernamente el manubrio juntas transitan los pueblos y los pueblitos, las casas y las casitas; por caminos anchos o senderos ilegibles; en los pliegues del tiempo y en los tiempos del pliegue. Pero cuando cansado de tanto acariciarlas, el sol se derrumba en lontananza, ambas se detienen. Ella lanza un ancla. Desciende, en toda la dimensión de la palabra pobre. Abre un pequeño baúl delantero y espera. Tímida primero, emerge la luna asomando su pálida cara redonda. A veces completa y rechoncha, otras como el trémulo pistilo curvo de una flor blanquecina. Ella saca un marco del baúl y encuadra a la luna; saca una maceta y la planta; saca un color y la ruboriza; saca una escalera y trepa a hacerle cosquillas; saca una bufanda y la abriga; saca un guante y la toma; saca un lunar, pero lo guarda. Ella se divierte con la luna y, concomitantemente, la luna goza con ella. Cansadas las dos se duermen como entrelazadas. Cuando ella despierta el sol está mordiéndole la planta de sus pies descalzos.
Su bicicleta gusta de la compañía. Las bandadas de pájaros son su predilecta. Rara vez puede dar rienda suelta a su idilio celeste. No se queja, para nada. Otros premios llegan pronto. Cuando quien la conduce se detiene en un pueblito, en una casita, los niños del lugar las abrazan en racimo, se sientan como copos y luego abren bien bien grandes sus ojos y sus oídos. Y mientras ella les lee, su bicicleta de aire tibio puede volar dentro de las muchas miradas que se van abriendo de par en par, como un horizonte de iris, como un coral de colores.
Por Maximiliano Verdier
El porqué de la historia: Lo cotidiano está lleno de magia, si uno decide dejarse sorprender, si fuerza la mirada para que se desprendan de ella todos los marcos, las lentes y las estructuras tenemos colocando, cual cebolla de cristal. Así, la vida de las personas se nos vuelve fantástica.
La experiencia de alguien que decidió tomar su bicicleta y cargarla de libros puede transformarse en un breve relato inverosímil, pero en las palabras del texto hay mucha más realidad de la que en una primera lectura nos podemos atrever a admitir.
Circunstancialmente estuve allí para oír, luego las palabras se engarzaron como los eslabones de una cadena de bicicleta en marcha.