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De amas de casa a educadoras populares. La labor pedagógica de Madres de Plaza de Mayo – 8º Entrega

Por Ignacio Morán*

Hay quienes afirman que la educación comienza en la casa. Es una idea justa, pero abstracta. Este imaginario supone hogares seguros, padres y madres educadores y niños sanos y felices. Los cimientos del ideal sucumben rápidamente ante el terremoto que puede ser la realidad. Las crisis económicas, la violencia y la injusticia social son viento norte que derrumba todo a su paso. Educadores y educandos quedan a la intemperie, parados frente a la vida. El espacio pedagógico es revuelto por la conflictividad social y forma una espesa nube negra que es la educación. Una nube que muchas veces tapa el sol pero que también nos provee de lluvia y suelo fértil para sembrar la tierra del futuro. No existe lugar seguro para la educación, ni en la casa, ni en la escuela. La ilusión de que los espacios educativos pueden abstraerse, cerrarse herméticamente para aislarse del mundo, se desvanece.

En algunas familias la ilusión de segura intimidad fue derribada por la patada de una bota contra la puerta de su hogar. El Estado, trasnochado, asesinó hijos y robó bebés. La puerta derrumbada fue un portal, para entrar y para salir. Las Madres de los hijos desaparecidos salieron del hogar y fueron hacia la plaza, hacia el espacio público. Lucharon por verdad, y luego por justicia. Fueron Madres de treinta mil y luego fueron madres de todas y de todos, fueron amas de casa y luego educadoras populares. Sostuvieron los valores pero modificaron la perspectiva ¿Y si la casa de uno (de todxs) es la patria? ¿Y si la escuela es la plaza? ¿Y si la sociedad entera fuese sus hijos e hijas? El valor y la rabia se convirtieron en viento sur, en resistencia. El mensaje y los valores se potenciaron y masificaron, se pronunciaron discursos, se crearon organizaciones, se fundaron revistas, programas de radio y de tv y hasta se abrió una universidad. Las Madres de plaza de mayo fueron madera de quebracho para la torpe y desafilada hacha de la dictadura. El proceso pedagógico fue natural, espontáneo, algo más cercano a la necesidad que a la estrategia. Las Madres aprendieron y enseñaron, conformando un movimiento ético y político que fue testimonio y testigo de que “cambiar el mundo es tan difícil como posible».

“En la medida en que nos tornamos capaces de intervenir, capaces de cambiar el mundo, de transformarlo, de hacerlo más bello o más feo, nos volvemos seres éticos. (…) La tarea fundamental de educadores y educadoras es vivir éticamente, practicar la ética diariamente. (…) Lo importante es el testimonio que damos con nuestra conducta. Inevitablemente cada conducta es testimonio de una manera, ética o no, de afrontar la vida.” (P. Freire, El grito manso)

La tarea pedagógica de las Madres de Plaza de Mayo parte de  la necesidad inclaudicable de formar, ante todo, sujetos éticos, ciudadanos críticos, activos, capaces de prevalecer en el amor aun cuando triunfe la guerra, en la verdad aun cuando prevalezca la mentira, en la justicia aun cuando los juzgue la injusticia. En tiempos de censura, persecución y proscripción, un grupo de mujeres se animó a salir a la calle, a hacer denuncias y a preguntar por aquellos que no estaban, “ni vivos, ni muertos” se animó a decir en una ocasión el entonces presidente Jorge Rafael Videla. La prensa nacional e internacional, al igual que la sociedad toda, vio como “la viejas” de pañuelo blanco giraban alrededor de la Pirámide de Mayo, justo en frente a la Casa Rosada. Esta trasgresión fue el primer testimonio, el primer gesto rebelde, el primer y valiente paso de una organización que hoy es ejemplo y escuela internacional en la defensa de los derechos humanos.

“Yo no conmemoro la invasión, sino la rebelión contra la invasión. Y si tuviera que hablar de  las principales enseñanzas que la trágica experiencia colonial nos deja, diría que la primera y más importante debe fundar nuestra decisión de rechazar la expoliación, la invasión de clase, también como invasores o invadidos. Es la enseñanza de la disconformidad ante las injusticias, la enseñanza de que somos capaces de decidir, de cambiar el mundo, de mejorarlo; la enseñanza de que lo poderosos no lo pueden todo; de que, en la lucha por su liberación, los frágiles pueden hacer de su debilidad una fuerza que les permita vencer la fuerza de los fuertes.

Es este aprendizaje el que yo conmemoro. Desde ya que el pasado jamás pasa del modo en que el sentido común entiende por pasar. La cuestión fundamental no es que el pasado pase o no pase, sino la manera crítica, atenta, como entendamos la presencia del pasado en los procedimientos del presente. En efecto, el estudio del pasado trae a la memoria de nuestro cuerpo consciente la razón de ser de muchos procedimientos del presente y puede ayudarnos, a partir de la comprensión del pasado, a superar sus vestigios. Por ejemplo, en el caso del pasado de la conquista puede ayudarnos a comprender cómo sin lugar a dudas se repite, aunque sea de forma diferente.” (Paulo Freire, Pedagogía de la indignación)

Las Madres no utilizaron la memoria para memorizar, sino para entender, para incorporar en su visión del mundo el ADN de una historia de lucha (de muchas historias de lucha), propias y colectivas. Tomaron la sugerencia de Paulo Freire (probablemente sin saberlo) y desafiaron a la memorización y la reproducción mecánica de la historia, usaron la memoria para ser parte, se entendieron sujetas atravesadas por la historia, imaginaron que podían ser el contenido del libro escolar. Aprehendieron y enseñaron que la historia nos conforma y constituye.

“Mujeres y hombres, somos los únicos seres que, social e históricamente, llegamos a ser capaces de aprehender. Por eso, somos los únicos para quienes aprender es una aventura creadora, algo, por eso mismo, mucho más rico que simplemente repetir la lección dada. Para nosotros aprender es construir, reconstruir, comprobar para cambiar, lo que no se hace sin apertura al riesgo y a la aventura del espíritu.” (Paulo Freire, Pedagogía de la autonomía)

Una vez, Ana Aguirre, Madre de Plaza de Mayo, dijo “Al árbol de mi vida le están creciendo hojitas nuevas, que son esta juventud maravillosa”. La metáfora resulta oportuna, porque el camino se construye mirando para atrás, pero también caminando hacia adelante. Las luchas se heredan y se transforman, necesariamente, porque el mundo cambia y nosotros y nosotras también. Pero hay cosas que no claudican y en esos pilares se apoya la prédica del objetivo primero: un mundo mejor, más sano, más justo. La tarea es enseñar a luchar, a no agachar la cabeza y entender que el derecho a soñar es vital, sobre todo en estos tiempos.

“Las Madre de Plaza de Mayo tenemos un gran compromiso, porque no somos una opción política y sin embargo la  juventud se nos acerca y nosotras les decimos: Queridos hijos, que nacieron a partir de la desaparición de los nuestros, esos nuestros que sembraron la semilla que se hundió en la tierra y que las Madres estamos regando permanentemente y que florece en los miles de jóvenes que nos ayudan y no acompañan” (Hebe de Bonafini, 1988)

Paulo Freire sostiene que la práctica educativa liberadora jamás dejará de ser una aventura de revelación, una experiencia de desocultamiento de la verdad. En este sentido, la esperanza se presenta como una necesidad ontológica, como un imperativo existencial e histórico. De la misma forma, el pedagogo brasileño advierte que pensar que solo la esperanza va a transformar el mundo es una ingenuidad. La misma necesita de la práctica para volverse historia concreta, sino está condenada a devenir en desesperanza, pesimismo y fatalismo. La esperanza es entonces combustible necesario para que hombres y mujeres puedan llevar a cabo las acciones necesarias para hacer de este un mundo mejor. Las Madres así lo entendieron y sembraron ideales para cosechar esperanzas que pudieran ser insumo para sostener la lucha.

“Mientras los políticos reparten promesas y mentiras, las Madres vamos sembrando ideas y verdad. Sabemos que la justicia se gana peleando. Solamente luchando nos podremos liberar.

El pueblo comienza a comprender que asesinaron a 30.000 jóvenes para saquear impunemente el país. Un día no lejano, el pueblo se levantará y nuestra tierra se estremecerá con su clamor soñado a los que asesinaron a mansalva al pueblo desarmado. Ellos, los poderosos tendrán que darse cuenta que el pueblo existe y que es capaz de revelarse cuando se lo empuja a la muerte y a la miseria.

La mayoría de las Madres no votamos. Las Madres preparamos la tierra para que los jóvenes puedan cosechar la libertad. Regamos cada surco, con lágrimas. Entregamos la vida sin guardarnos nada, porque las cadenas del alma se rompen con el amor. Sembrando ideales para cosechar esperanzas. Ellos pueden comprar el aire de la calles, pero no podrán callar nuestra voz, ni censurar nuestra marcha. La marcha de las Madres es un grito profundo que surge de las entrañas de un pueblo sometido a la tortura, al hambre, a humillaciones y a la marginación. Donde exista un hombre, una mujer o un niño que se rebele contra la injusticia, el viento le traerá el agitar de nuestro pañuelo para acompañarlo en la lucha. Mientras la voz de un joven se eleve contra los poderosos, allí estarán las Madres: sembrando ideales y entregando la vida” (Hebe de Bonafini, 1995)

La labor pedagógica de las Madres de Plaza de Mayo es explícita, tan simple como profunda: educar, ética y políticamente, para garantizar un mundo mejor. Un mundo diferente al que a ellas les tocó vivir. Un mundo en donde el Estado no reprima y asesine a sus ciudadanos, en donde ninguna madre tenga que llorar por sus hijos. Un mundo en el que no exista la miseria, ni la desnutrición. En el que a los chicos y las chicas no les falte nada. Un mundo en donde el hombre no sea lobo del hombre, como decía Rodolfo Walsh, también asesinado y desaparecido por la última dictadura cívico-militar. La historia convirtió a amas de casa en educadoras populares. Las Madres de Plaza de Mayo nos han enseñado que el fatalismo es una excusa, que no se puede vivir sin soñar, que la educación debe ser formadora de sujetos éticos y no solo entrenadora de habilidades técnicas. Entendieron y ejecutaron a la perfección una de las máximas de Paulo Freire: “La educación no cambia el mundo, cambia a la personas que van a cambiar el mundo”.

*Ignacio Morán nació en Olavarría, Prov. de Bs As en 1991. Realizó sus estudios terciarios y universitarios en la ciudad de La Plata y hace tres años se radicó en Nogolí, San Luis. Es gestor cultural, comunicador popular y profesor en Combinación. Se desempeña laboralmente como docente de nivel secundario y es escritor aficionado.

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