Rodolfo Kusch, filósofo – 3° entrega
*Por el Negro Mazzochi, filósofo y docente
siempre dedicado con amor y esperanza
al futuro @aguscarola
Habíamos quedado en civilización y barbarie pero ya que Leonor lo pide y que yo me debo a mi público, acá vamos, vamo’ arriba… (de todos modos, no vayan a creer que esto se va a convertir en una columna “a demanda” ni mucho menos; y ¡ojo!… no es por falta de voluntad sino más bien de tiempo y de conocimiento).
Rodolfo Kusch nace en Buenos Aires el 25 de junio de 1922. Egresa como profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires en 1948 y ejerce una vasta actividad docente en el nivel medio y superior. Fue docente de la Universidad de Buenos Aires, de la Universidad Nacional de Salta y de la Escuela Superior de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”, etc. Realiza viajes de estudio y trabajos de campo en el NOA argentino y en el altiplano boliviano. Escribe ensayos, obras de teatro y artículos para diarios y revistas. La seducción de la barbarie, fue su primer libro publicado en 1953. Por suerte vendrán luego otros. En 1976, en virtud de sus ideas políticas, es apartado de sus cargos en la Universidad Nacional de Salta, se exilia en Maimará, Jujuy y muere en 1979 en Buenos Aires.
En lo personalísimo, adoro de Kusch su insurgencia intelectual y su compromiso existencial. Me parece valeroso y ejemplar el hecho de que se haya convertido (!) a la recuperación y la revalorización antropológica y metafísica de lo popular y lo indígena como matrices geoculturales[1] de una filosofía auténticamente latinoamericana (en oposición al racionalismo occidental europeo, tan influyente en los proyectos nacionales de nuestras élites del s. XIX y XX); matrices que fue a buscar al territorio y hecho que le valió, quizá, el ostracismo al que nuestras altísimas casas de estudio lo condenaron por décadas.
Voy a referirme a tres libros. No los voy a reseñar. Tan sólo descubrirles algún aspecto (o aspectos) que, hoy día, continúa revelándose interpelar: de nosotrEs, de nuestra historia, de nuestro pensamiento, de nuestro “estar-siendo”. Es mi mayor anhelo el que lean a Kusch en algún momento de sus vidas. Sus obras completas están grátis, “en línea”, a la espera de ser fagocitadas. Si no me creen, acá pueden encontrar sus tomos: I, II, III y IV.
En la entrega pasada me referí a La seducción de la barbarie[2] (1953). En esa obra Kusch se adentra en la psicología social americana para explorar el hiato entre “lo que queremos ser colectiva o individualmente y lo que en realidad somos”; se trata del relevamiento de la vida de un continente que, culturalmente, se encuentra “en el plano de la intuición” (p.23)[3].
La “barbarie” telúrica (o demonismo) Kusch la va a buscar en el reverso de la mentalidad que impera en nuestras ciudades y que se adoptó falsamente como finalidad de vida. Esta “barbarie” comporta una suerte de sedimento que subyace y resistió el advenimiento de “estructuras blancas” extranjeras: Europa, el liberalismo económico, el positivismo, el romanticismo, el progreso (¿cuál?), etc. Como variable originaria puede crecer o decrecer, estimulando o enervando la “línea de coloniaje, ya sea durante la Independencia o durante la actual presión anglosajona”. Como inconsciente profundo de un continente mestizo, agazapada trastoca “la posibilidad de la ficción [europea, ciudadana y racional] en toda su amplitud” (SB, pp.99-100).
NosotrEs, para Kusch, estamos condenadEs a pendular en un estado de ambivalencia entre opuestos infecundos: una comunidad precolombina, “debajo de la que alienta la voz misma del continente” (SB, p.39), y una ciudadanía europea a la que no pertenecemos y la que siempre, de alguna u otra manera y por haber sido impuesta, sentiremos artificial. No obstante, tal dicotomía atraviesa y define nuestra psique en términos de “ambivalencia” o “mestizaje mental” y nos lleva a pendular entre una valoración meramente intelectual, insuflada por Europa, de nuestra realidad americana en términos de “lo que debería ser” (pero no es y no va a ser) y la que deviene emocionalmente en tanto bifurcación o sustracción de ella, lo americano en sentido telúrico (lo que verdaderamente “es” pero negamos, resistimos o reprimimos).
La antinomia sarmientina, “civilización o barbarie”, representa un momento transicional de nuestra cultura definido por el dualismo que “en política se da entre los gobiernos de ficción, ejercidos por familias y terratenientes” (p.122) y gobiernos llevados a cabo por caudillos sangrientos: Rosas, Perón, etc. Es el derrumbamiento de esa América preconfigurada en la Conquista y surgida de las guerras por la independencia, creada:
según el prejuicio del progreso ilimitado, según aquella idea que supone a la cultura como un elemento, una cosa trasladable, sin caer en la cuenta que ese concepto es un prejuicio meramente europeo, una consecuencia de la esplendorosa evolución de la civilización occidental (p.123).
Una América sin destino, diseñada sobre el vacío, sin contenido ni mestizos ni indios ni europeos desheredados, y tal como la soñara Echeverría, Moreno y Rivadavia: “creada en el papel y con constituciones copiadas” (p.125). Una América imaginada de manera absoluta (opuesta a lo bárbaro) y cuya realidad se configura por la negativa (lo que ella no es). Por ello, la “barbarie” late (va latir siempre) seductora en los márgenes de una idea o modelo de país que nos cae, “como peludo de regalo”, desde fuera y en la cual o no fuimos (estamos) incluidos o, si fuimos, es de una manera subordinada y en función de…
En América profunda[4] (1962), Kusch recurre a la arqueología y el misticismo precolombinos como fundamentos de una filosofía americana entroncada en la cosmovisión andina, fagocitante[5] del universalismo euro-occidental, racional y capitalista. Kusch encuentra allí, por un lado, la posibilidad de un yachai (ethos, forma de ser) americano originario-identitario, resguardado de la Conquista y al acecho en la capas más profundas[6] de nuestro inconsciente colectivo, y, por el otro, la posibilidad de releer y reinterpretar la historia y la cultura de manera germinal, protohistórica y conjuracional[7].
En la cosmovisión andina, que Kusch circunscribe a la deidad incaica Viracocha como figura dual, la realidad supone una dialéctica abierta entre elementos antagonistas en una tensión que no se resuelve ni se sintetiza y que Kusch postula como rasgo identitario, original y auténticamente americano por ser anterior a la llegada de Europa. A partir de esta matriz originaria Kusch postula una serie de binomios con los que leerá nuestra realidad e identidad mestiza: anhelo de trascendencia/frustración; historia grande/pequeña; ser alguien activo/mero estar contemplativo; orden/caos, entre otras.
En Geocultura del hombre americano (1976), Kusch se pregunta si es verdaderamente nuestro destino parecernos a Occidente. La pregunta y el afán por la posibilidad de una cultura americana auténtica entronca en el estar-siendo (cultural y auténticamente americano) más que en un ahí del ser (óntico-occidental). Su concepto de “geocultura” mienta una totalidad enraizada en el suelo (en un suelo), como código que le brinda a sus habitantes “la posibilidad de ser, el proyecto de su existir, su realización, que no tiene por qué terminar en la tecnología” (p.126)[8]. Además, se postula como una categoría diferente (y subsuntiva) de la que Occidente impuso en América; aquella que fuera acuñada por nuestras élites letradas y consolidada tras los procesos independentistas, como muestra flagrante de la incapacidad de nuestros intelectuales vernáculos para decidirse por una/nuestra autenticidad americana, debido al apego colonial que mantuvieron con las categorías que Occidente le suministró (y nos sigue suministrando), y que resultan, a todas luces, inadecuadas para tal labor.
De este modo, Kusch pone al descubierto el sesgo impopular que impera en el intelectual sur-americano con respecto a su propia cultura; éste opta por una cultura impropia, la occidental, bajo la creencia de que es universal. En ese mismo proceder se articula una desculturización de pensamiento que pone al intelectual latinoamericano en “disponibilidad intelectual”. Nótese la agudeza de Kusch para describirlo:
por eso nosotros, en tanto sujetos culturales, podemos adoptar cualquier cultura, incluso la oriental. Por eso también nos desintegramos en un sinfín de teorías. Por eso podemos tener en lo político diversas posiciones. Incluso esta disponibilidad cultural la confundimos con la libertad de pensar. Nos consideramos libres, pero no nos damos cuenta de nuestra mutilación, somos sujetos culturalmente truncos, no efectivizados” (p.185).
Para Kusch, se trata (hoy, ante el proceso de desintegración político-social que contemplamos, más que nunca) de asumir al pueblo como sujeto auténtico de su cultura. Asumir la tarea de desentrañamiento del pensamiento popular conlleva la interpretación de su conciencia mítica; la que “integra la totalidad del cosmos con cargas significativas dinámicas” que condicionan la realidad como “acontecer de lo sagrado” (p.196). El hecho de que se la olvide o desconozca lleva, según Kusch, a partir de un punto cero desde el cual poner en cuestión todo lo conocido, para redescubrir lo americano como razón de ser.
¡Mi saludo, mi respeto y mi admiración a las mujeres por su día (y todos los días)!
[1] Concepto de Kusch que estrecha el inexorable vínculo que la nuestra cultura tiene con el “estar” y el hábitat.
[2] La Seducción de la Barbarie: análisis herético de un continente mestizo es publicada por ed. Raigal en 1953. En 1983 es reeditada por Fundación Ross. Sigo y cito el Tomo 1 de las Obras Completas de Kusch (editadas en 2007 por Fundación Ross).
[3] En Geocultura del hombre americano (1976), Kusch va a decir: ”la consistencia de América, su verdadero peso, es aún inconsciente, pero tomando esta palabra en el sentido de Levi-Strauss, sencillamente como no pensada aún” (GH, p.150).
[4] Hachette publica la primera edición de América profunda en 1962. En 1975 lo hace Bonum.
[5] “Podemos afirmar que la aculturación se produce sólo en un plano material, como la arquitectura o la vestimenta; en cambio, en otros órdenes pudo haberse producido un proceso inverso, diríamos de fagocitación de lo blanco por lo indígena (…) nuestros ideales de progresismo nos impiden ver este último. La fagocitación se da en un terreno de imponderables, en aquel margen de inferioridad de todo lo nuestro, aún de elementos aculturados, respecto de lo europeo (…) Es cuando tomamos conciencia de que algo nos impide ser totalmente occidentales aunque nos lo propongamos” (Kusch, 1999, p.135).
[6] “La cultura quechua es la consecuencia de una actitud estática, de un mero estar (…) Y como solución espiritual de esa situación, se priva de un mundo azaroso mediante el ayuno, para encontrar en la intimidad el fundamento de su existencia. En esto último radica la sabiduría de la vieja América” (Kusch, 1999, pp.95-96).
[7] “Todo el obrar y el sentir indígenas parecen seguir esta inmersión de lo seminal en una totalidad antagónica. De ahí las conjuraciones mágicas o la magia en general, que apunta a que lo seminal se convierta en fruto. En torno de estos tres elementos gira el mecanismo intelectual del indígena” (Kusch, 1999, p.83).
[8] Sigo y cito el Tomo 3 de las Obras Completas de Kusch (Fundación Ross).